Por José Albuccó,
académico de la Universidad Católica Silva Henríquez y
creador del blog Patrimonio y Arte

 

 

 

Chile, aquel país más seguro, estable social y políticamente de Latinoamérica, fue un sueño del que se despertó de forma abrupta. Chile despertó y se encontró de bruces con la enfermedad de la desigualdad, profunda y estructural, que enfrentaba a los ciudadanos.

Así como Chile, por varios años, se convirtió en lugar de acogida de migrantes de repúblicas de Sudamérica sumidas en el dolor, la persecución, la censura y la violencia, hoy le toca vivir su propia crisis. Una crisis encubada por factores sociales, políticos y económicos, que fueron generando desapego y desconfianza con el otro, ante una promesa de desarrollo que sólo llegaba para unos pocos.

Pero, sobre todo, esta crisis es fruto de la incapacidad de todos los que tuvieron o tuvimos, en estos 30 años, responsabilidades políticas, sociales, educativas, económicas y religiosas en nuestro país. Ninguno de nosotros estuvo a la altura de cuidar lo esencial de un país: a su comunidad.

Es por ello que la solución para este difícil trance no puede estar en manos de aquellos que fueron cómplices activos o pasivos de la pérdida y abandono de la dignidad de la sociedad. La reflexión de un nuevo Chile tiene que tener nuevos rostros que sean inclusivos y diversos, y no de aquellos que pretendan mantener sus espacios de poder y privilegios.

Es tiempo de un nuevo pacto social-cultural, una nueva constitución que tenga la legitimación de un Chile moderno, democrático y comprometido con los derechos humanos fundamentales. Ese pacto debemos escribirlo juntos y debe representar la diversidad humana y geográfica de nuestro país. Se trata de un nuevo relato que recoja nuestra memoria e historia, con una mirada proyectiva comunitaria, una casa comun y digna para todos. Una constitución que contenga el Ser del país.

Esta crisis, asumida con sabiduría y coherencia, podría ser la oportunidad para resignificar nuestro legado cultural y patrimonial: quién  lo ha construido, cómo se ha impuesto y cómo hemos silenciado e invisibilizado un patrimonio más significativo y coherente, como son los derechos humanos y culturales.

Chile cambió y si nos resistimos a reconocerlo es posible que se exacerbe la violencia cultural de grupos que anhelan el dominio populista o totalitario. Ya sean 527 años de la llegada e imposición del modelo occidental a nuestras costas o 30 años desde la caída del muro de Berlín, hoy es tiempo de cambiar y derribar todas aquellas fronteras que nos impiden ver al otro como persona y no como un objeto desechable.